Encrucijadas
Tomé esta fotografía en la esquina de las
calles San Lorenzo y Roque Sáenz Peña. Es un cruce en la ciudad de Río Grande,
en la isla de Tierra del Fuego (Argentina). Puede ser el final o el principio
del camino. Si nos dieran una cita en ese lugar, estaríamos en el límite entre
lo seguro, lo construido y lo humano de este lado, desde donde ahora mismo
escribo. Al otro lado de la calle, se abre lo que a la vez es cierto e
indómito: la Patagonia en estado casi natural; una desolación que invita a la
exploración, tanto del exterior como del propio individuo. Patagonia incomoda y
subyuga por esa ambigüedad, y ha atraído viajeros y colonos por décadas. La
ficción orientadora de la "civilización" versus la "barbarie" allí, a metros de
la puerta de la casa de mi hermano.
Los cables que atraviesan la imagen se parecen a los
intentos humanos por asentarse allí; los hilos llevan y traen voces y son aún
precarios, pero están. Me gusta imaginar que son como los caminos recorridos
por muchos de los que hoy están allá. Hilos que ninguna de las tres Moiras
puede cortar. Hilos con los que doña Añada tejió los ponchos que cantaban el
futuro de las luchas campesinas en la obra de Manuel Scorza. Hilos frágiles que
vibran y silban cuando el viento los azota, que deben aprender a moverse a su
compás, a resistir lo justo, a acomodarse al paisaje para poder estar allí.
Mi hermano vive en Río Grande desde mediados de la
década del noventa. Él nació en Buenos Aires. Su esposa, Carina, es de Santiago
del Estero, una de las provincias más viejas de la Argentina, ese país que en
ocasiones se amarga por no poder blasonar de muchos siglos de presencia europea
y va para su segundo centenario, aunque su historia sea mucho más vieja.
Distintas historias los llevaron a la isla. Como a
miles de provincianos, atraídos por el trabajo y la posibilidad de ahorrar y
regresar a sus hogares "el año entrante" con alguna diferencia económica hecha,
para descubrir un día que ya llevaban décadas en Tierra del Fuego. Llegaron
"desde el Norte" y se quedaron.
En cambio mis sobrinas, sus hijas Valentina y
Delfina, son fueguinas. Nacieron en la isla, son "nyc": nacidas y criadas. Es
una división tajante: son del lugar, son de esa tierra, son otra cosa que los
llegados, los miles de provincianos y vecinos chilenos que pueblan la isla en
grandes cantidades, que llegan a lo que todavía hoy es la frontera, marcada por
hitos como el poste de la fotografía.
¿Qué significa ser "nyc"? La imagen también me
devuelve esa pregunta. Esas marcas humanas encarnadas en la señal vial, en unos
cables, proponen una identidad: son las avanzadas de una comunidad que encarna
en algunos hitos del pasado: "San Lorenzo", el combate fundacional del general
San Martín en su recorrido emancipatorio desde el Sur del Continente, "Roque
Sáenz Peña", el político conservador que comprendió o se resignó ante la idea
de que había que ampliar la base electoral de sociedades excluyentes aunque
parecían, en los albores del siglo XX, de una inagotable prosperidad. Del Libertador
al político, revolución devenida en statu quo, que a lo largo del siglo XX
diferentes experiencias sociales y políticas buscaron romper, aunque anclándose
también en esa historia.
En esta América latina desgarrada y común,
compartida y excluyente, todos somos nyc, nacidos y criados. ¿Qué quiere decir
eso? La pregunta se parece también a la foto: de este lado, un recorrido
histórico; del otro, la tierra abierta, la posibilidad.